Prólogo

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Prólogo

Se dispara la escritura… ¿Una sala de espera?
Vibran los fluorescentes. Mientras, las ideas
emergen en el interior de un pozo sin fondo -¿túnel
que nos une con lo eterno? Oscuridad. Allí, entre
relámpagos, florecen cada día esos cristales: per-
fección, hermosura y pureza, abstracción. Formas
deseadas con tanta intensidad… uno se reprocha no
haberlas inventado él mismo. Ahí van, se elevan
y se alejan. Son especímenes escasos, en peligro de
extinción. ¡Suena la trompa de caza! Acuden los
mercenarios en su persecución. Recorren con im-
paciencia los laberintos de la ciudad. Se agotan. ¡Y
todo debería transcurrir con simplicidad dentro de
ellos mismos! No, no lo saben… Sólo si se paran y
se escuchan fructificará la primavera sacra, que sin
embargo nacerá con amargura. Pero se convive
atrapado en el vértigo: una espiral donde cada lugar

se sitúa a mayor profundidad. Cada paso marca más
la dificultad del retorno… Aumenta la rapidez — el
radio de giro se cierra — frenesí — ¡nos engulle a
todos sin escapatoria! ¿En este mundo? Falsa inten-
ción, ambigüedad, contradicción. Donde todo es y
deja de ser con la misma fuerza con que fue. Y el
párrafo se alarga en soledad… hastío, maldición,
desprecio. El fluir de las palabras siempre ha exis-
tido y se precipita hacia abajo. ¿Indefectibilidad en
la ley de la gravedad? Paso del tiempo, sin extin-
ción, hasta encontrar un final. Placidez, dulzura,
gozo. Como entra el cauce en la mar: no es una
pérdida, es una conquista del río. La alegría está en
el ir y venir de las olas, o se alza la risa como el
estallido de la espuma sobre los rompientes, y se
busca la paz en la suavidad de las arenas. Cuando
ese final se acerca, todo se ilumina…

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