3 – Óptica (Opticentro)

Alberto T. Estévez con Jose Colomer y Xavier Olivella

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Óptica «Opticentro» (Cornellà, Barcelona)

1985

Delante de la plaza Catalunya de la ciudad de Cornellá, ciudad del cinturón metropolitano barcelonés, en un bloque inmenso en altura y longitud, había que situar una óptica. Este edificio es uno de tantos en una zona como esta, tremendamente masificada y agobiante, donde la especulación y la nula sensibilidad la han convertido en hormiguero insoportable que embrutece al ser humano, negándole el más mínimo derecho a soñar. Así, rodeado de este entorno, se partió con el ánimo desolado y rebelde, pero impotente para llegar a influir en algo. Esos sentimientos quedarían ahí plasmados de alguna manera.

Este establecimiento iba a tener dos maneras distintas de verse. Una desde la plaza, o sea de frente y a distancia, y otra desde la acera, o sea tangencialmente. Ambas formas serán tenidas en cuenta. La primera abriendo la tienda en toda la altura posible (antes, como en los negocios vecinos, había unas tapas con toldos y carteles que rebajaban considerablemente el hueco que da a la calle), y con unas letras muy amplias en la parte superior. La segunda con una señal-rótulo y con los diferentes planos que invitarán a introducirse. Aparecen también unas gafas volando, de neón blanco (el color de la luz), que no quieren alinearse con ninguno de los dos ejes, precisamente para servir a ambos: el perpendicular a la fachada, visión desde la plaza, y el paralelo a ella, vista tangencial desde la acera.

En general es un espacio único, que se halla contradictoriamente dividido en dos aberturas simétricas en fachada. Con lo cual se plantea el primer problema: por que lado se debe entrar… En principio es tan arbitrario entrar por la derecha como por la izquierda… Se debería entrar por el centro a un espacio único como éste, pues no pesa más un lado que otro en un alzado simétrico. Una vez decidido esto ¿cómo debería ser la puerta? Pues abrir hacia la derecha o hacia la izquierda será igual de arbitrario, y si se coloca una puerta de dos hojas siempre será una la elegida para entrar, la otra queda quieta. Es evidente que la puerta debe abrirse toda a la vez… y así se hizo: una puerta de 1,60 metros con eje vertical dividiéndola en 1,20 y 0,40 metros, y que al abrirla responde toda ella, ayudada por un muelle especial en el suelo. Resuelto el dilema de la entrada, ésta se hará a través de diversos planos. El más exterior lo forman dos grandes marcos cuadrados de perfil metálico, incrustado entre los pilares de hormigón. Quedan más bajos, sin tocar la jácena superior para enfatizar así el hecho de estar clavados a la fuerza, mostrando a la vez de forma más clara el plano virtual de la fachada.

El segundo plano que se encuentra el cliente es de vidrio, ya remetido para facilitar el curioseo más protegido. Este va limpio, sin carpinterías, de suelo a techo, y de pared a pared. Sin embargo tiene la firme voluntad de negar la vulgar desnudez que se aprecia en todos los escaparates de todas las tiendas anónimas. Evitará que se vea todo transparente al matear el vidrio de forma débil, al ácido. Esto se hizo persiguiendo una de las sensaciones más impactantes. La gente habría pasado por delante de una tienda que tenía su cara borrosa, menos dos cuadrados de 90×90 cm. transparentes, centrados en los dos marcos exteriores. Justo detrás aparecen unas vitrinas de 45×45 cm. (cubos de metacrilato sobre un mueble-podio) que contendrían escasos objetos. La repentina nitidez puntual, en el camino del espectador, habría actuado como dos relámpagos sobre su embotada atención. Pero la falta de comprensión hizo que las medidas quedaran en 180×180 cm., perdiendo totalmente su efecto. No obstante, la sensación, eminentemente óptica, se sigue dando detrás de estos mateados al ácido. Los objetos muy cercanos a ellos se ven enfocados, mientras que la claridad se va perdiendo a medida que se alejan de esta superficie. Acaban convirtiéndose en manchas de fondo, estáticas o en movimiento. Es ese juego nítido-borroso típico de una óptica.

Con todo esto se cumple que para los planos se use vidrio, y para las líneas metal (pintado del tono verde que se suele apreciar en los cantos del vidrio). Así se sigue esa voluntad de utilizar los materiales del óptico.

Aún quedará un plano en la entrada. Este lo forman unas cortinas levemente grises, que dejan un subespacio -con focos de cine en el techo- dispuesto a escenificar los escaparates de manera teatral. De ahí ya se llega al espacio interior de la tienda. Pero antes se habrá atravesado un pórtico estructural tras la puerta de ingreso. Este soporta un altillo (que existía, antes, bajando considerablemente el techo, pero que se ha cortado, sin dejarle llegar al vidrio por delante ni a la pared posterior por detrás), y un baldaquino de plancha metálica perforada en cuadraditos. Como todo lo metálico, pintado de verde.

El baldaquino, que con el pórtico marca un umbral, y dos mínimos contrafuertes verticales de vidrio, resiguen todas las juntas entre pieza y pieza de vidrio, confiriendo una imagen de rigidez al plano de la fachada y al eje de abertura de la enorme puerta.

El pomo-tirador «To», especialmente diseñado para la ocasión, se sujeta en la puerta. Se inspira en la imagen del aldabón que golpea para llamar. De esta forma produce un tono que podría ser musical, y una deformación o movimiento. «Este tono se transmite al interior y se acude a la llamada para abrir». Así, el pomo tiene una esfera, pensada para empujar la puerta. Mientras, un perfil metálico facilitará el estirarla desde dentro. Esta esfera deforma en una curva otro perfil, y «transmite» el supuesto tono al interior, a través de otra curva ampliamente delineada que acaba en la «caja de resonancia» cúbica. O sea, aquí el juego será una esfera y un cubo del mismo diámetro que buscan relacionarse a través de la línea fina. Y como toda la madera, se pintará el cubo y la esfera en un neutro gris perla.

Una vez dentro del espacio se observa que existen dos ejes de simetría perpendiculares entre sí, que lo que hacen es darle mayor autonomía e independencia al espacio, y como consecuencia lo aíslan de un entorno repudiable. Un eje de espacios «positivos», dejando a la izquierda la zona de ventas y a la derecha la zona de pruebas. El otro eje es de espacios «negativos», que permite elevarse el espacio por la zona escenográfica del escaparate y por la de la trastienda (delante y detrás respectivamente), y esto se consigue al haber cortado los extremos de este altillo, que deja el techo de la zona de ventas en el centro, más bajo y recogido. Toda esa zona queda estructuralmente como una losa soportada por un pilar central, una gran «taula» menorquina. Espacialmente es como un iglú, blanco, bajo, confortable, recubierto de piel blanca en tiras perpendiculares a la fachada tanto en las paredes como en el techo.

Pues resulta que, para huir de un negocio protocolario, se ha buscado un espacio doméstico: así irán apareciendo distintos elementos que nos recordarán cosas conocidas y usadas cotidianamente. Por ejemplo, la zona de ventas se articula no alrededor de un mostrador, sino de una mesa de comedor, sobre una alfombra y con sillas de comedor. Su altura y anchura serán 70 cm., corrientes para este caso, y no más como en otras tiendas. La rodean cortinas y armarios. Y la zona de pruebas tiene una pequeña zona de espera, como si contuviera la esencia de un estar: alfombra, cortinas, y unos cómodos asientos, pero en forma de pufs cúbicos de piel blanca, muy amplios. Lo remata el suelo, con un despiece de parquet de madera, como en cualquier hogar, pero cuya organicidad ha quedado petrificada en forma de mármol. Es pues en realidad un elegante pavimento de retales estrechos, de distinta longitud de mármol blanco reciclado.

En general, se ha procurado el control de la forma y el color. Todo el ambiente es blanco con algunos grises neutros, y sólo unos fuertes tonos cálidos granatosos se concentran en las alfombras y tapicerías de cuatro sillas. Estas piezas son las únicas con formas no abstractas. Aparte conviven los verdes de los cantos de vidrio y de los metales pintados.

Por último, una pieza de culto totémico, protectora del comercio delante del cual se sitúa, y a la vez pensada como reclamo subliminal que concentra todas las atenciones dispersas de los transeúntes.

Carnes rasgadas con marcas y ojos sanguinolentos, y huesos -costillas- blanqueados al sol. Cadenas que aprisionan a la bestia.
Funcionalmente las costillas evitan que no se entre por el lado incorrecto de la tienda, y muestra de día el rótulo del comercio que se extiende hacia afuera, gracias a estar contrapesado, ya que de noche al bajar las persianas éstas lo empujan hacia adentro permaneciendo a resguardo.