¡Vaya! ¡Una mosca! En mi cuarto hay una mosca… Ni la polución de la ciudad puede
eliminarlas por completo. Ahí está: vuela sin pausa, a media altura, mientras describe una
figura rectangular de proporciones similares a las de la habitación. Antes de dar cada
quiebro en ángulo recto, mide con precisión la distancia recorrida y lo que le queda hasta
tabique de enfrente. Así, una y otra vez, se pasea sin prisas por todo el espacio.
Sólo aguarda el momento oportuno, no se enfada, porque resulta que «tiene estudios»: ya no
se deja atraer tontamente por las lámparas, ni se desespera en la lucha inútil contra un
cristal transparente. Sabe lo que es la engañosa luz artificial, la distingue de la natural, y
conoce las propiedades del vidrio. Por eso espera con paciencia percibir la ráfaga de aire
fresco, indicadora de que la ventana está abierta y de que es posible salir.
Casi estoy orgulloso de ella: mi mosca no es como las de antes.